martes, 27 de marzo de 2012

GORRIARENA , LA REALIDAD EN CLAVE DE COLOR.








                                                                                               






















A pesar de que en la vida cotidiana y bajo el peso de las necesidades básicas del hombre, el arte carece de una función vital, la obra de arte cumple muchas veces la promesa de una revelación.
El patrimonio artístico de un pueblo es indiscutiblemente primordial cuando se trata de pensar una nación, Eduardo Grüner dice, refiriéndose al arte que es un sistema de representaciones que fija la conciencia de los sujetos a una estructura de reconocimientos sociales, culturales e ideológicos2.
La singularidad de la obra de Gorriarena es su capacidad para revela en la imagen la idiosincrasia de nuestro país y de nuestra historia. Sus trabajos son testimoniales y abarcan temporalmente toda su actividad como artista, desde sus inicios en los años sesenta hasta que la muerte lo encontró en La Paloma, Uruguay un día de enero del 2007.
Lo suyo fue fundamentalmente la pintura, a pesar de su indiscutido manejo del dibujo, Gorriarena puede considerarse uno de los mejores maestros del color en el arte argentino.
Su singularidad está en la extraordinaria fuerza expresiva que aplicó al color convirtiéndolo en un transmisor capaz de actualizar la “temperatura” y el clima de la vida política y social. El color nos habla de los espacios y los personajes que fueron testigos y protagonistas de nuestra historia.
El informalismo, la neofiguración, el pop art gravitan en su imagen, pero más allá de las corrientes o autores que han dejado su huella en Gorriarena, su obra madura posee una singularidad formal única que permite reconocerla sin lugar a dudas.

Carlos Gorriarena nació en Buenos Aires en 1925.  Sus maestros y referentes, no casualmente, también fueron artistas comprometidos con la realidad social.
En 1942, con diez y siete años, ingresa a la Escuela de Bellas Artes y tiene como docentes, en escultura nada más y nada menos que a Lucio Fontana y a Antonio Berni en dibujo. 
En 1948 decide abandonar la Escuela y entrar en el taller del vasco Demetrio Urruchúa, al que recuerda que recordaba como:  -un ejemplo de vida-, el “anarquista” enrolado en un importante grupo de pintores sociales3.
Durante los años cincuenta participa en las exposiciones colectivas organizadas por el taller de Urruchúa.
Sus primeros trabajos están dentro del naturalismo, pasa brevemente a una abstracción informalista  para salir a la escena artística con una imagen neofigurativa.

Alrededor de los años sesenta yo había roto los “puentes” con la realidad fenoménica. Disconforme con mi pintura anterior (de algún modo naturalista), pero también con esa especie de expresionismo abstracto al que me había conducido una múltiple “destrucción” de la figura humana, en el 64 0 65 comienzo una vuelta distinta a la figuración. Trataba de expresar, fundamentalmente, las circunstancias que vivíamosl4.

La década de los sesenta se inicia, en el campo plástico, con la presencia del grupo Nueva figuración en la que  Noé, Deira, Macció y de la Vega exhibían sus “monstruos”, personajes mezcla libre entre la figuración y la abstracción bajo el signo del existencialismo y el marxismo.
Estos años sesenta se caracterizan por una exploración y experimentación formal y material sin precedentes. Los artistas de la nueva figuración aplican alquitrán mezclado con óleo, Berni trabaja sus grandes collages con materiales de deshechos. Gorriarena trabaja con caseína (sustancia derivada de la leche) sobre soportes tales como aglomerados, cartón o papeles creando un efecto de color opaco que recuerda la pintura al fresco. En su obra predominan las formas orgánicas pero sin abandonar los referentes icónicos que remiten a símbolos como banderas, orejas o fetos que podemos reconocer.
Los títulos de sus obras refieren a la situación política del momento.
En 1962 presiones militares obligan abandonar la presidencia al doctor Arturo Frondizi  y pocos meses más tarde se produce el enfrentamiento entre dos sectores del ejército, colorados y azules. Al frente del bando vencedor se encontraba el general Juan Carlos Onganía que es designado Comandante en jefe del Ejército y que en 1966 terminará dando un golpe de estado al presidente electo Doctor Arturo Ilía de la Unión Cívica Radical.
Un interesante ejemplo de esta etapa neofigurativa es la obra:

Onganiato, (pag 80) 1967, temple a la caseína sobre papel, 100 x 70 cm, en las que dos figuras cuasi-fetos ocupan el espacio central de la composición y están como suspendidas entre la bandera argentina y la de los Estados Unidos en clara alusión a la intromisión norteamericana en los asuntos políticos, sociales y económicos de los países latinoamericanos, implementado por el presidente John Kennedy dentro del plan llamado Alianza para el Progreso con la que los Estados Unidos pretendía contrarrestar la influencia que por entonces tenía en América Latina el ejemplo de la revolución cubana y en especial la Argentina ligada con la figura del Che Guevara.
El uso del temple produce un tono apagado que sin el brillo característico del óleo remite al fresco, mientras que la composición que linda entre la figuración y la abstracción crea un clima que remite a una situación de caos y precariedad por la ausencia de una clara estructura formal.
Los tonos a diferencia de las paletas características del informalismo, son ahora los colores más puro que evidencian la influencia del pop art como del expresionismo informalista del grupo Cobra.
 
La década del setenta se inicia bajo el signo de las persecuciones políticas para avanzar a medidos de la misma, hacia una barbarie genocida nunca vivida con anterioridad en la historia del país. En medio de persecuciones y desapariciones forzadas, Gorriarena logra una madurez expresiva a partir de una condensación formal de las figuras que retoman una clara y sintética figuración.
Gorriarena parece amalgamar la fuerza expresiva del color, en una producción que tiene un sello innegablemente pictórico con temáticas que exhiben gestos e imágenes del poder.
Su fuerza pictórica está en las amalgamas, en las paletas de colores saturados, cuya potencialidad expresiva y compositiva remite a artistas de la talla de Matisse,  pero en función de las tensiones temáticas de su obra el color, como elemento claramente relacional, es de una armonía disonante.
Sus escenas no son narrativas. Como en el caso de Francis Bacon, Gorriarena presenta fragmentos de una realidad que lleva al espectador a interpretar el móvil que subyace a situaciones que simulan y obliteran una trama siniestra.
La dictadura militar a partir del golpe de estado de 1976, impuso un manto de censura sobre la cultura y toda referencia directa a la situación política podía costarle la cárcel en el mejor de los casos, a quien se atreviera a desobeder. Paradójicamente Gorriarena se sirve de fotografías periodísticas para realizar gran parte de sus pinturas.

En los últimos años, mis obras generalmente surgen de la información gráfica de los medios. Estas imágenes me reactualizan la época, me conectan de una manera muy particular con mis necesidades expresivas5.

A diferencia de la tradición que desde el romanticismo se centra en la figura de la víctima, en su dolor y sufrimiento, Gorriarena nos enfoca al  victimario, desnudando los “rostros” del poder. En una mezcla de ironía, humor y sarcasmo, sus personajes son captados con los atributos y los gestos con que se muestran en público. Modas, escotes, sacos a rayas, anteojos de sol o bien objetos simbólicos del status social como piletas, jardines, sofás, reposeras.

Elípticamente mi pintura puede tener un carácter social, pero yo no hago pietismo ni pinto gente desamparada, más bien me interesa expresar los aspectos más agresivos del poder, elaborando al mismo tiempo una iconografía contemporánea6.

Palcos oficiales, desfiles limitares, tribunas públicas, aeropuertos y pasarelas de modelos son los lugares que dan marco a figuras en acción cuyas sombra son tan elocuentes como los esbozados cuerpos.
Vistas a través de la perspectiva temporal, resulta increíble la elocuencia con que Gorriarena retrata al poder en medio de prohibiciones y censuras, sin caer nunca retóricas panfletarias. Su audacia supera incluso ese retrato de la monarquía borbona que Goya supo inmortalizar en La Familia de Carlos IV.


Dentro de una trama ortogonal creada por un dintel negro con una raya verde y las rejas negras de una casa o balcón parecen estar encerradas dos figuras que se recortan en primer plano. Un hombre con anteojos (que no son negros) pero inmediatamente nos recuerda a los grupos parapoliciales que actuaban generalmente con trajes oscuros y lentes también oscuros, llevando a una niña o adolescente del brazo. Un halo blanco, como un nimbo le cubre la cabeza de la sólo es posible ver el cabello rojizo que cubre parte de su cara inclinada, en clara alusión a la sumisión en la que se encuentra.
El contraste entre estas dos escuetas figuras fragmentadas sugieren mucho más de lo que describe y trasmite con mayor énfasis la violencia solapada y encubierta que una escena de secuestro.

A partir de la vuelta a la democracia, en 1983, el tema de Gorriarena seguirá siendo el poder, pero ahora ligado a la cultura de la frivolidad, a la arrogancia y a la ambición de lucro que se impuso de la mano de las políticas neoliberales implantas desde los años ochenta. Es el mundo de la farándula, el snobismo y la seducción de la que se rodea el poder político aliado al mundillo de las finanzas y los empresarios. Formas de prostitución encubierta en las pasarelas de modelos en las que poco importa la colección de diseños de indumentarias sino reclutar acompañantes más exclusivas que las ofertas de los prostíbulos.


Blanco, rojo y una trama de colores son el escenario donde una jovencita transita como en una vidriera su cuerpo apenas cubierto para exhibirse ante el “mundo”, su inocencia burlada, es el precio que imponen las leyes del mercado para lograr un triunfo.
La composición logra encantarnos con la fuerza del color, con la paleta de contrastes, con la síntesis compositiva, con la elegancia de las formas y a la vez el tema nos deja tan desolados como la joven que camina un camino que conduce a la nada.

Como ante el efecto moiré (tornasolado) las pinturas de Gorriarena nos colocan alternativamente en dos planos: en primer lugar vemos el color, voz cantante en toda su producción y en segundo lugar esas imágenes condensan escenas, situaciones o personajes que a manera de signos remiten al poder o forman parte de su entorno.
Personajes y escenarios verdaderamente kitsch, le permiten jugar a la vez con tramas compositivas que a su vez encantan y despliegan un esteticismo que fascina pero volvemos inmediatamente a descubrir atónicos frente sus encantos que somos sus víctimas.
                                                                                                     
                                                                                                      
Adriana Laurenzi


1 Wechsler, Diana Beatriz, Gorriarena: la pintura, un espacio vital, Buenos Aires, Fundación Mundo Nuevo, 2004, pag 303

2 Grüner, Eduardo, El sitio de la mirada. Secretos de la imagen y silencios del arte. Editorial Norma, Argentina 2001.
1Wechsler, Diana Beatriz, Gorriarena: la pintura, un espacio vital, Buenos Aires, Fundación Mundo Nuevo, 2004, pag 303
4 Idem, pag 303
5 Idem, pag 308
6 Idem, pag 308





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