jueves, 8 de marzo de 2012

EDVRD MUNCH (1863-1944)






 La enigmática figura de Edvard Munch probablemente sea una de las más perturbadoras dentro del pensamiento moderno. Todos conocemos las pérdidas de muerte por tuberculosis de su madre a la temprana edad de cinco años y de su hermana, a sus catorce años. Conocemos también sus intensos vínculos amorosos con Milly Thaulow y Tulla Larsen, ambos destinados al fracaso; probables huellas psiquicas drenadas creativamente a través de su pintura y destructivamente a través de su adicción al alcohol.

Personalidad influyente de los posteriores movimientos pictóricos expresionistas alemanes como El puente y El jinete azul de 1905 y 1912 respectivamente; innovador en el manejo del color, el dibujo de las figuras humanas y la temática representada; pintor y grabador rupturista de las corrientes naturalista, romántica y hasta impresionista de la segunda mitad de siglo. Podríamos así, continuar conceptualizando a Munch desde un psicologismo parcial e identificaNdolo bajo el papel convencionalmente aceptado de “precursor del expresionismo”. Pero eso sería desarticular su infinita creatividad, estudiar su obra bajo una mirada acortada y fragmentada, escindir su maravilloso aporte de la época en la cual vivió para colocarle el rótulo de “visionario y anunciador de lo venidero”. Dejando a un lado estas afirmaciones simples y, de algún modo idealizadoras y divinizadoras de slabor, proponemos aprender a Munch como un verdadero hijo de su época. De ninguna manera exponente fiel de lo atrasado y obsoleto del s.XIX, de los patrones arcaicos ligados a falsos valores de hipocresía y normas sociales prejuiciosas fabricadas por una clase dominante; sino hijo de lo más genuino de su tiempo: del impulso por quebrantar lo predeterminado, tanto dentro del campo de la pintura como en el ámbito social en general; de la fuerza colectiva por derribar la primacía positivista de la razón para pasar a ocuparnos también de la emoción. De este modo, de cara al nuevo siglo XX, tenemos una confluencia de tendencias contradictorias.

Lejos de plantear una historia social y una historia cultural y de las mentalidades de modo lineal y unilateral, Munch es reflejo fundamental de este fenómeno de la sincronicidad. A la par del realismo y por otro lado del postimpresionismo, ubicamos a este singular pintor noruego quien supo tomar rasgos de éste último movimiento para luego transformarlos en algo nuevo. Esto nuevo, esta preocupación por la representación de temas tabú como la muerte y la sexualidad y otros estados emocionales profundos como la melancolía y la soledad; es lo que se amalgama junto a otros aportes de otras importantisimas figuras. Strindberg, amigo personal de Munch, Marx, Nietzsche, Freud. Podemos seguir la lista. Destacamos entonces el 1900, año de la muerte de Nietsche que dará inicio al ferviente interés de los postestructuralistas y postmodernistas franceses por interpretarlo, año de publicación de La interpretación de los sueños dando comienzo al psicoanálisis. En el 1900 se produce un cambio en la civilización occidental en general. Munch indudablemente también forma parte de esa transformación. Más que un adelantado, más que un precursor de tendencias pictóricas venideras; un participante y emergente social de la ruptura que se viene consumando.

Munch nace en 1863 en una pequeña localidad noruega llamada Loten, al norte de Cristianía, la actual Oslo. Ya a sus diecisiete años, luego de fugaces incursiones en la ingeniería y la arquitectura, ingresa en la Escuela Real de Artes y Oficios de Cristianía y vende sus primeros cuadros de manera profesional. Estudia el realismo de Courbet y el impresionismo de Manet, se embebe de la tendencia del plain air o la Academia al aire libre de Fritz Thaulow, se dedica a la observación de la pintura de salón francesa en su primer viaje a París de 1885. Para esa época, ya tenemos obras increíbles como La niña enferma (1885-86) y Pubertad (1889), ésta última expuesta en la muestra individual de 1889 en Cristianía la cual le valió el respeto y la aceptación generalizada por parte de la crítica. Ya a partir de estos primeros pasos, el quiebre estilístico con la generalidad es sustancial.
Las convenciones perspecticas se mantienen ausentes, así como las proporciones naturalistas. Continúa ganando terreno la conocida tendencia de los impresionistas a despreocuparnos por el qué de la representación para ocuparnos del cómo, de la manera subjetiva en que se pinta, de la reflexión de la propia pintura acerca de sus medios expresivos. Este giro del lenguaje pictórico, tan corriente en las vanguardias históricas de principios de siglo XX, se prefigura en pintores como Munch. Sin embargo, la temática no constituye un ámbito indiferente. Al contrario, el particular modo de expresión de Munch se conforma al servicio de la transmisión de emociones y climas.

La enfermedad y el despertar sexual sobresalen en estas dos obras citadas. En 1889, destacamos también la influencia de la vorágine artistica parisina de los llamados postimpresionistas como Gauguin, Van Gogh y Tolouse- Lautrec al ingresar a la escuela de León Bonnat. Pero el verdadero desarrollo de su camino personal se dará a partir de la década de 1890s cuando comienza a pintar el renombrado El friso de la vida, expuesto en su totalidad en 1902 en Berlín, y sus obras cúlmines como El grito (1893), Mujer vampiro (1893-94), Ojo a ojo (1894), Angustia (1894), El beso (1897) y sus sinfín de Madonnas en óleo y en litografía, éstas últimas rodeadas de óvulos y espermatozoides entrelazados. Apoyado en la utilización tanto del empaste como de lo planimétrico, atento en el contraste de figuras petrificadas de rasgos simples y fondos de lineas ondulantes en paletas de rojos y naranjas vibrantes y azules profundos, dueño de un estilo de dibujo de la figura humana único; aparece la certera representación de los sentimientos de insoportable soledad, tristeza excesiva, angustia. ¡Que paradoja transmitir melancolía, dolor y muerte no solo con tonos tierras sino también con colores cálidos! Munch se desplaza cómodamente sobre esta paradoja. Juega ampliamente con la aparente contradicción. Se desenvuelve en la simultaneidad de vivir y pintar mientras se convive con la muerte, de mostrar la pulsión erótica de vida entrelazada a la pulsión tanática de muerte, de poner de manifiesto el grito desgarrador y desconsolado de la humanidad alienada tras la falsa fachada de felicidad monótona. Y claro, después de todo, para Munch, la vida y la muerte no son más y nada menos que las dos caras de la misma moneda, los dos extremos del eje de la naturaleza, las dos compañeras de la danza salvaje y primigenia de la Vida- Muerte- Vida.

JESSICA GUARRINA







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