lunes, 1 de julio de 2013

EDITORIAL ARTEXTO



 

"DIOS DEL UNDERGROUND"  (2013)
 Martin Servelli
 Fragmento




Oh where oh where can Jah love be now?
Oh my dear. It’s here in the underground
“House of suffering”






A Ras Hailu Gabriel Joseph I, conocido también como HR, Human Rights o Paul Hudson, por su luz y su guía. Dondequiera que se encuentre ahora, tieso frente al micrófono, parloteando con desidia, ignorante de los chicos que pasan volando de espaldas a sus pies, impasible, habitado por quien sea, invadido por una masa de mar espumante, en el vaivén arrasador de la marea mental. Hacia allá vamos también: a perderlo todo.
A Rik Ocasek, de los Cars, por producir el álbum Rock for Light, que es el beso que desata la furia y raja todas las certezas, el salto hacia la nada o la selva espesa, el caño viscoso por donde se nace.
A Ron St. Germain, fan ardiente, por las dos obras maestras I against I y Quickness. Porque en esta casa de sufrimiento yo voy a encontrar mi diversión, porque escuché que la libertad va a vencer y dios está en el underground.
A Madonna, por las decenas de miles de dólares que desembolsó para reunir a la banda y editar God of love a través de su sello, Maverick, a pesar de todos los disgustos de la gira de presentación, que terminó en Lawrence, Kansas, con HR preso por pegarle a un skinhead hostil.
Al Rey de Reyes, Señor de los Señores, León conquistador de las tribus de Judea, Elegido de Dios, Manifestación de Cristo en su segundo arribo, Jah Rasta Far I, Emperador Haile Selassie I, El Primero, coronado en Etiopía en el año 1930, por inspirar tanta música. Y a su profeta, Marcus Garvey, fundador de la Asociación Universal para el Progreso de los Negros, la Línea de Navegación Estrella Negra, y el Partido Político del Pueblo, por predecir que había que mirar hacia África cuando fuera coronado un rey negro, porque la liberación estaba cerca.
A la hierba sagrada del Génesis que otorga sabiduría, salud y fortaleza.
Al Mono, quien me hizo escuchar por primera vez a Bad Brains, cuando hacíamos puerta para entrar a los recitales, junto a los chicos que preparaban carimochos o heavymetals, que vaciaban en cucharas soperas cápsulas de aseptobrón, que se pasaban de mano en mano frascos transparentes de bencina, saturados de antitusivos, expectorantes y mucolíticos que bebían del pico con sabor a frutilla.
A Guillermo Cidade, claro, que se paseaba por Almagro de madrugada en patineta y vestido de mujer. Por su amor incondicional a la música.
A Rolf Durrieu, skater de la rampa de ciudad universitaria, que traía sus discos de hardcore y reggae a la pieza de mi amigo con olor a queso y a bola.  
A las disquerías Tabú y Abraxas donde grababa en cassette los piratas en vivo y miraba embelesado las tapas de los discos importados, de precios inalcanzables, durante horas.
A los Ramones, por el tema “Bad brain”, por tocar rápido y melódico, e inspirar esa idea bendita de acelerar sus patrones rítmicos a 78 revoluciones por minuto.
A Israel Joseph I, que no supo impostar una voz propia en la temeraria misión de reemplazar a HR. Y a Chuk Mosley, su mejor suplente, menospreciado cantante que echaron de Faith No More pero se dio este gustazo.
Al viejo Tower de Florida y también al de Santa Fe, y a la ley de convertibilidad por el precio de los cedés durante el uno a uno y, justo es decirlo, al neoliberalismo conservador y cipayo, que sacrificó a la clase obrera con leyes de flexibilización laboral para que yo complete mi colección de discos.






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