martes, 27 de diciembre de 2011

LA VIDA QUE ME DAS ...y no me alcanza


  Si pudiera entrar y salir de mi cuerpo, no estaría nunca.       
.                                                        De Susana Torres Molina.

Espacio artístico Colette en el Paseo La Plaza, Av. Corrientes 1660, CABA;
Viernes 21 hs.
Dirección: Claudia Hercman.
Asistente de dirección: Sonia Caligo.
Escenografía: Emiliano Diaz y Federico Falasco.
Producción General y Prensa: DeMiGa producciones.

Indudablemente, expresiones tales como “¿no querés dejar una prolongación tuya en esta vida?”, son poco cuestionadas en esta sociedad. Marina (Marta Igarza), una solterona un poco pasada en años, lanza ardorosamente su deseo en medio del escenario, tal como si fuera una pregunta a sí misma. Sin respuesta, claro. Sole (Mirta Seijo), ya adentrada en el oficio maternal, momentáneamente discute tal interrogante. Por último, la enfermera de la clínica maternal (Thelma Demarchi), se posiciona como la quebrantadora de los esquemas morales de la maternidad adecuada. Tres diferentes prototipos de madre, tres arquetipos convivientes y coexistentes a nivel común. A raíz de semejante muestra verbal de apasionada energía humana contenida de Marina, podríamos preguntarnos nosotros también: ¿acaso ella, verdaderamente, alojaba en su interior, el poderoso afán de llegar algún día a convertirse en madre? Aparentemente, nuestra estadía trivial y despreocupada por este planeta, no nos permite cuestionar los mandatos sociales arcaicamente establecidos. Aparentemente, todo en este mundo, resulta estar tan perfectamente marcado, tan cuidadosamente indicado, tan pulcramente acomodado que nadie, absolutamente a nadie- a excepción de unos pocos como yo y ustedes, lectores- se le ocurriría osar cuestionar esos caminos de vida, esos senderos colectivos ya prolijamente diseñados para que la masa de los individuos los siga sin inconveniente alguno.

Nuestra obra entremezcla de manera maravillosa, diversos discursos superpuestos y sincrónicos de nuestra sociedad actual: desde los pretendidos avances de la ciencia en materia de genética hasta el karma, las vidas pasadas y un sinfín de conocimientos esotéricos. De modo que no resulte un mero pastiche posmoderno, nuestras actrices ponen cuerpo, ponen voz, ponen materia y espíritu a una prosa elegante y cuidada. Encarnan la emergencia de una multiplicidad de sentimientos y pensamientos colectivos que pululan por nuestras cabezas. Así, La vida que me das  …y no me alcanza no puede dejar de trasladarnos aún más atrás en el tiempo. Desde los comienzos de la humanidad, esa la que nos han contado nuestros antepasados, esa que creemos conocer por vía ancestral; que hemos cumplido naturalmente diferentes roles según los sexos. La emblemática división sexual del trabajo tan cansinamente explicada por nuestros filósofos, sociólogos y diversos pensadores de las más variadas temáticas, ahora, no hace más que retumbar y perturbar nuestras frágiles conciencias. O al menos eso es lo que yo creo. ¿Cuándo hemos decidido concebir al hombre como “sabio proveedor” y a la mujer como “dulce ama de casa y buena madre”? ¿En qué preciso momento la sociedad, ese sujeto ingobernable, que se rige por leyes propias separadamente de las individuales, ese conjunto de fuerzas actuantes anteriores y antecesoras del individuo; ha cimentado el modelo de dicha división sexual en roles netamente diferenciados? ¿Solo por inclinación natural, quizá? Si fuera así… ¿bajo que condiciones sociales de nuestra existencia hemos reproducido tal modo de desarrollo humano evolutivo?
Sin pretender que estas simples reflexiones nos agobien, nuestra obra nos conduce a un punto álgido de la agenda pública moderna: los debates en torno a la ética y la ciencia, las opiniones divididas en cuanto a los límites o no límites de la práctica científica. En pocas palabras, nuestra obra gira en torno al ferviente, obstinado y obcecado legitimo deseo, o no, de ser madre a toda costa. Inseminación artificial, alquiler de vientre, bancos de esperma, fertilización, clonación, experimentos genéticos que seguramente continúan en vigencia a espaldas de nuestros ojos ingenuos. Detrás de todo este mundo de acciones sociales, de ideales, fantasías, sueños a los que encastramos con las categorías de “genuinamente concebidos”, alberga una sociedad real, la cual probablemente, solo probablemente, no coincida con lo que creemos efectivamente que ella es. ¿Acaso, en medio de nuestra inconsciente deshumanidad desmedida,  estaremos sirviendo solo a los designios de parámetros sociales superiores que moldean nuestra conciencia personal sin posibilidad de escapatoria? ¿Realmente la mujer nació para ser madre? Quizás olvidamos leyes éticas superiores a nosotros. Quizás olvidamos que la organización social, como siempre, lamentablemente para nuestras mentes controladoras, continúa siendo un  misterio. Aquí es donde entran en juego toda una serie de teorías sin asidero empírico que pretenden llenar esos vacíos explicativos. Entonces, evidentemente, con la razón o sin ella, el ser humano ha pretendido siempre tratar de encontrar los móviles que dirigen la acción social. Sin éxito, aunque este no sea un “sin éxito” rotundo, nos hemos deleitado paseándonos por los insolubles binomios de ciencia-mística, verdad-creencia, racionalidad-irracionalismo. Todavía podemos seguir..

 Nuestras actrices interpretan con excelencia, de eso sí estamos seguros, dichos cabalgamientos entre polos opuestos. Con lenguaje simple pero consistente, trasladan al registro de lo cómico controversias de suma importancia. Cuestiones que aparentemente solo se debaten en congresos y esferas jerárquicas de la sociedad, ahora aparecen en la simplicidad del teatro. Nuestras actrices se desplazan por todo el espacio escénico, se lo apropian a su beneficio; intercambian impresiones y juegan, al menos por un rato, a pretender ser las direccionadoras de sus decisiones.

Jesica A. Guarrina.


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