A pesar de que en la vida cotidiana y bajo el peso de las
necesidades básicas del hombre, el arte carece de una función vital, la obra de
arte cumple muchas veces la promesa de una revelación.
El patrimonio artístico de un pueblo es indiscutiblemente
primordial cuando se trata de pensar una nación, Eduardo Grüner dice, refiriéndose
al arte que es un sistema de representaciones que fija la conciencia de los
sujetos a una estructura de reconocimientos sociales, culturales e
ideológicos2.
La singularidad de la obra de Gorriarena es su capacidad
para revela en la imagen la idiosincrasia de nuestro país y de nuestra
historia. Sus trabajos son testimoniales y abarcan temporalmente toda su
actividad como artista, desde sus inicios en los años sesenta hasta que la
muerte lo encontró en La Paloma, Uruguay un día de enero del 2007.
Lo suyo fue fundamentalmente la pintura, a pesar de su
indiscutido manejo del dibujo, Gorriarena puede considerarse uno de los mejores
maestros del color en el arte argentino.
Su singularidad está en la extraordinaria fuerza
expresiva que aplicó al color convirtiéndolo en un transmisor capaz de
actualizar la “temperatura” y el clima de la vida política y social. El color
nos habla de los espacios y los personajes que fueron testigos y protagonistas
de nuestra historia.
El informalismo, la neofiguración, el pop art gravitan en
su imagen, pero más allá de las corrientes o autores que han dejado su huella
en Gorriarena, su obra madura posee una singularidad formal única que permite
reconocerla sin lugar a dudas.
Carlos Gorriarena nació en Buenos Aires en 1925. Sus maestros y referentes, no
casualmente, también fueron artistas comprometidos con la realidad social.
En 1942, con diez y siete años, ingresa a la Escuela de
Bellas Artes y tiene como docentes, en escultura nada más y nada menos que a
Lucio Fontana y a Antonio Berni en dibujo.
En 1948 decide abandonar la Escuela y entrar en el taller
del vasco Demetrio Urruchúa, al que recuerda que recordaba como: -un ejemplo de vida-, el “anarquista”
enrolado en un importante grupo de pintores sociales3.
Durante los años cincuenta participa en las exposiciones
colectivas organizadas por el taller de Urruchúa.
Sus primeros trabajos están dentro del naturalismo, pasa
brevemente a una abstracción informalista
para salir a la escena artística con una imagen neofigurativa.
Alrededor de los años sesenta yo había roto los “puentes”
con la realidad fenoménica. Disconforme con mi pintura anterior (de algún modo
naturalista), pero también con esa especie de expresionismo abstracto al que me
había conducido una múltiple “destrucción” de la figura humana, en el 64 0 65
comienzo una vuelta distinta a la figuración. Trataba de expresar,
fundamentalmente, las circunstancias que vivíamosl4.
La década de los sesenta se inicia, en el campo plástico,
con la presencia del grupo Nueva figuración en la que Noé, Deira, Macció y de la Vega exhibían sus “monstruos”,
personajes mezcla libre entre la figuración y la abstracción bajo el signo del
existencialismo y el marxismo.
Estos años sesenta se caracterizan por una exploración y
experimentación formal y material sin precedentes. Los artistas de la nueva
figuración aplican alquitrán mezclado con óleo, Berni trabaja sus grandes
collages con materiales de deshechos. Gorriarena trabaja con caseína (sustancia
derivada de la leche) sobre soportes tales como aglomerados, cartón o papeles
creando un efecto de color opaco que recuerda la pintura al fresco. En su obra
predominan las formas orgánicas pero sin abandonar los referentes icónicos que
remiten a símbolos como banderas, orejas o fetos que podemos reconocer.
Los títulos de sus obras refieren a la situación política
del momento.
En 1962 presiones militares obligan abandonar la
presidencia al doctor Arturo Frondizi
y pocos meses más tarde se produce el enfrentamiento entre dos sectores
del ejército, colorados y azules. Al frente del bando vencedor se encontraba el
general Juan Carlos Onganía que es designado Comandante en jefe del Ejército y
que en 1966 terminará dando un golpe de estado al presidente electo Doctor
Arturo Ilía de la Unión Cívica Radical.
Un interesante ejemplo de esta etapa neofigurativa es la
obra:
Onganiato, (pag 80) 1967, temple a la caseína sobre
papel, 100 x 70 cm, en las que dos figuras cuasi-fetos ocupan el espacio
central de la composición y están como suspendidas entre la bandera argentina y
la de los Estados Unidos en clara alusión a la intromisión norteamericana en
los asuntos políticos, sociales y económicos de los países latinoamericanos,
implementado por el presidente John Kennedy dentro del plan llamado Alianza
para el Progreso con la que los Estados Unidos pretendía contrarrestar la
influencia que por entonces tenía en América Latina el ejemplo de la revolución
cubana y en especial la Argentina ligada con la figura del Che Guevara.
El uso del temple produce un tono apagado que sin el
brillo característico del óleo remite al fresco, mientras que la composición
que linda entre la figuración y la abstracción crea un clima que remite a una
situación de caos y precariedad por la ausencia de una clara estructura formal.
Los tonos a diferencia de las paletas características del
informalismo, son ahora los colores más puro que evidencian la influencia del
pop art como del expresionismo informalista del grupo Cobra.
La década del setenta se inicia bajo el signo de las
persecuciones políticas para avanzar a medidos de la misma, hacia una barbarie
genocida nunca vivida con anterioridad en la historia del país. En medio de
persecuciones y desapariciones forzadas, Gorriarena logra una madurez expresiva
a partir de una condensación formal de las figuras que retoman una clara y
sintética figuración.
Gorriarena parece amalgamar la fuerza expresiva del
color, en una producción que tiene un sello innegablemente pictórico con
temáticas que exhiben gestos e imágenes del poder.
Su fuerza pictórica está en las amalgamas, en las paletas
de colores saturados, cuya potencialidad expresiva y compositiva remite a
artistas de la talla de Matisse,
pero en función de las tensiones temáticas de su obra el color, como
elemento claramente relacional, es de una armonía disonante.
Sus escenas no son narrativas. Como en el caso de Francis
Bacon, Gorriarena presenta fragmentos de una realidad que lleva al espectador a
interpretar el móvil que subyace a situaciones que simulan y obliteran una trama
siniestra.
La dictadura militar a partir del golpe de estado de
1976, impuso un manto de censura sobre la cultura y toda referencia directa a
la situación política podía costarle la cárcel en el mejor de los casos, a
quien se atreviera a desobeder. Paradójicamente Gorriarena se sirve de
fotografías periodísticas para realizar gran parte de sus pinturas.
En los últimos años, mis obras generalmente surgen de la
información gráfica de los medios. Estas imágenes me reactualizan la época, me
conectan de una manera muy particular con mis necesidades expresivas5.
A diferencia de la tradición que desde el romanticismo se
centra en la figura de la víctima, en su dolor y sufrimiento, Gorriarena nos
enfoca al victimario, desnudando
los “rostros” del poder. En una mezcla de ironía, humor y sarcasmo, sus
personajes son captados con los atributos y los gestos con que se muestran en
público. Modas, escotes, sacos a rayas, anteojos de sol o bien objetos
simbólicos del status social como piletas, jardines, sofás, reposeras.
Elípticamente mi pintura puede tener un carácter social,
pero yo no hago pietismo ni pinto gente desamparada, más bien me interesa
expresar los aspectos más agresivos del poder, elaborando al mismo tiempo una
iconografía contemporánea6.
Palcos oficiales, desfiles limitares, tribunas públicas,
aeropuertos y pasarelas de modelos son los lugares que dan marco a figuras en
acción cuyas sombra son tan elocuentes como los esbozados cuerpos.
Vistas a través de la perspectiva temporal, resulta
increíble la elocuencia con que Gorriarena retrata al poder en medio de
prohibiciones y censuras, sin caer nunca retóricas panfletarias. Su audacia
supera incluso ese retrato de la monarquía borbona que Goya supo inmortalizar
en La Familia de Carlos IV.
Dentro de una trama ortogonal creada por un dintel negro
con una raya verde y las rejas negras de una casa o balcón parecen estar
encerradas dos figuras que se recortan en primer plano. Un hombre con anteojos
(que no son negros) pero inmediatamente nos recuerda a los grupos
parapoliciales que actuaban generalmente con trajes oscuros y lentes también
oscuros, llevando a una niña o adolescente del brazo. Un halo blanco, como un
nimbo le cubre la cabeza de la sólo es posible ver el cabello rojizo que cubre
parte de su cara inclinada, en clara alusión a la sumisión en la que se
encuentra.
El contraste entre estas dos escuetas figuras
fragmentadas sugieren mucho más de lo que describe y trasmite con mayor énfasis
la violencia solapada y encubierta que una escena de secuestro.
A partir de la vuelta a la democracia, en 1983, el tema
de Gorriarena seguirá siendo el poder, pero ahora ligado a la cultura de la
frivolidad, a la arrogancia y a la ambición de lucro que se impuso de la mano
de las políticas neoliberales implantas desde los años ochenta. Es el mundo de
la farándula, el snobismo y la seducción de la que se rodea el poder político
aliado al mundillo de las finanzas y los empresarios. Formas de prostitución
encubierta en las pasarelas de modelos en las que poco importa la colección de
diseños de indumentarias sino reclutar acompañantes más exclusivas que las
ofertas de los prostíbulos.
Blanco, rojo y una trama de colores son el escenario
donde una jovencita transita como en una vidriera su cuerpo apenas cubierto
para exhibirse ante el “mundo”, su inocencia burlada, es el precio que imponen
las leyes del mercado para lograr un triunfo.
La composición logra encantarnos con la fuerza del color,
con la paleta de contrastes, con la síntesis compositiva, con la elegancia de
las formas y a la vez el tema nos deja tan desolados como la joven que camina
un camino que conduce a la nada.
Como ante el efecto moiré (tornasolado) las pinturas de
Gorriarena nos colocan alternativamente en dos planos: en primer lugar vemos el
color, voz cantante en toda su producción y en segundo lugar esas imágenes
condensan escenas, situaciones o personajes que a manera de signos remiten al
poder o forman parte de su entorno.
Personajes y escenarios verdaderamente kitsch, le
permiten jugar a la vez con tramas compositivas que a su vez encantan y
despliegan un esteticismo que fascina pero volvemos inmediatamente a descubrir atónicos
frente sus encantos que somos sus víctimas.
Adriana Laurenzi
1 Wechsler, Diana Beatriz, Gorriarena: la pintura, un
espacio vital, Buenos Aires, Fundación Mundo Nuevo, 2004, pag 303
2 Grüner, Eduardo, El sitio de la mirada. Secretos de la
imagen y silencios del arte. Editorial Norma, Argentina 2001.
1Wechsler, Diana Beatriz, Gorriarena: la pintura, un
espacio vital, Buenos Aires, Fundación Mundo Nuevo, 2004, pag 303
4 Idem, pag 303
5 Idem, pag 308
6 Idem, pag 308
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