martes, 28 de agosto de 2012

UN HOMBRE MUERE AL OTRO LADO



De Facundo Agrelo.



Espacio Polonia. Fitz Roy 1477, CABA; Viernes 23:00 hs.
Actúan: Mariana Cavilli y Enzo Ordeig.
Dirección: Facundo Agrelo.
Escenografía y Producción: Solo x hoy.
Iluminación: Alejandro Le Roux.
Diseño sonoro: Martín Berra.




La vida cotidiana, la aparente vida rutinaria y tranquila de día de semana, puede trasladarnos a lugares poco conocidos. No me refiero a la frecuencia de los posibles extraños acontecimientos; tampoco a una cuestión de voluntad humana, de sencilla decisión de querer o no querer. Simplemente, el mundo de la fantasía está ahí. Nos acecha por debajo de la mesita ratona del living sin saberlo. Estamos a merced de la fabulación como animalitos desamparados. No queda de otra. Tal parece ser que ésta se constituye y se despliega en el proceso recursivo de las acciones de la cotidianeidad como el remedio para escapar de tal rutinización; como la defensa fantástica para evadir los problemas; como el medio justo para olvidarse que estamos en este, y no otro, si es que existe, mundo desigual. Al menos, eso es uno de los aspectos que nos muestra Ana, o que nos muestra Max. Situados en una pequeña sala de estar, en una de esas con sillones más o menos cómodos, revistas, mesa y sillas, ambos, nuestros personajes, subsumidos en penumbras y en la vorágine de los esquemas, deciden descargar parte de sus reservas de energía en una actividad tan ilusoriamente pacífica como leer el diario o mirar las noticias por televisión. Ahí sobreviene el delirio: en un sinfín de diálogos y acciones concatenados, ellos se preguntan y cuestionan a sí mismos una y otra vez, se provocan el uno con el otro, se persiguen en posibles interrogantes sin respuesta coherente, sensata y certera.
 Fantasía deriva del vocablo griego phantázein: volver visible. Inmediatamente después del despegue mágico de Ana y, permaneciendo en simultáneo como clave que liga toda la narración, sobreviene la construcción de las imágenes. Esas que no pueden evitarse erigir tan fácilmente como castillos de arena, esas que no podemos dejar de etiquetarlas como propias, esas que surgen a borbotones de nuestras cabezas para luego constituirse como entidades casi independientes. Cobran formas por sí mismas, se despegan de la mente que les dio origen y, tal como si fuera poco, continúan desarrollandose espacio-temporalmente en el devenir y el acaecer de eventos-en-el-mundo. Ana comienza la ensoñación y el remolino precipitoso de pensamientos. ¿Cómo llegamos a alojar en nuestra conciencia la idea de “si hubiera hecho esto, no hubiera sucedido tal otra” o de “si yo hubiera estado ahí, no habría acontecido esto”? ¿Acaso realmente el ser humano es tan omnipotente como para evitar que las cosas pasen? Si cierto sentido común nos recuerda que los hechos solamente suceden por razones históricas profundas y no evidentes y, al menos en parte, independientemente de nuestro control y voluntad, individual, acotado y finito;  ¿por qué continuamos sintiendo tal omnipotencia ególatra?
En medio de escenas cortas pero extraordinariamente sintéticas en contenido, siguiendo la historia entre entradas y salidas coordinadas de ambos personajes, disfrutando climas y matices interpretativos de calidad; es raro que, en algún punto, no nos sintamos identificados con Un hombre muere al otro lado del mundo. Si es que, entre itinerarios y tierras medievales desconocidas en Polonia, ellos nos trasladan al maravilloso y peligroso mundo de la imaginación, nos deslumbran en medio de la humareda de ideas fantásticas, nos remiten al límite de la ensoñación y la realidad. Solamente pienso en una cuestión,…¿hay límite?

Jessica Guarrina

martes, 21 de agosto de 2012

DISCURSO DE LA SERVIDUMBRE VOLUNTARIA.




Ningún bien veo en el hecho de tener varios señores, que uno y nadie mas sea el amo, y que uno solo sea el rey, esto cuenta Homero que decía Ulises al hablar en publico.
Si no hubiera dicho mas que eso, que ningún bien veo en el hecho de tener varios señores,
Habría estado tan bien como ninguna otra cosa: más para hablar razonablemente había que expresar que la dominación de varios no podía ser buena, por cuanto el poder de uno solo, desde el momento que toma ese titulo de amo, es duro e insensato: sin embargo, fue a poner todo al revés.
Que uno y nadie más sea el amo, y que uno solo sea el rey.
Seria menester, empero, disculpar a Ulises, el que posiblemente se viera en la necesidad de utilizar tal lenguaje para apaciguar la revuelta del ejército, y creo su propósito al adecuarse más por lo cual imagino su propósito fuera el adecuarse más a las circunstancias que a la verdad.
Pero a conciencia, es una desgracia inaudita verse sujeto a su amo de quien jamás puede uno garantizar que sea bueno, puesto que siempre estará dentro de sus posibilidades el ser malo cuando eso le venga en gana y si tiene uno o varios amos, tantos tiene, tantas veces será extremadamente desgraciado.
Si no quiero ahora debatir esta cuestión tan meneada , que las otras formas de república sean mejores que la monarquía , antes de poner en duda que rango debe poseer la monarquía entre las repúblicas me gustaría saber si debe tener alguno ; porque  difícil resulta creer que haya nada publico en este gobierno donde todo es 1.
De momento , solo quería comprender como es posible que tantos hombres , tantas ciudades , tantas naciones padezcan a veces a un solo tirano , que solo tiene la autoridad que ellos le prestan ; que no tiene poder para perjudicarlos , salvo en la medida que quieran padecerlo : que no puede hacerles daño alguno, de no ser cuando prefieran padecerlo , mas que contradecirlo.Cosa inaudita , por cierto, y sin embargo tan común que mas bien es menester lamentarlo que sorprenderse con el cuello bajo el yugo ,no obligados por una fuerza mayor sino (al parecer) encantados y fascinados por el solo nombre de uno , de quien no debe  temer su fuerza puesto que esta solo, ni amar sus cualidades por hallarse en ese lugar inhumano y salvaje.
La debilidad de nosotros, hombres, es tal que a menudo es menester que obedezcamos a la fuerza; preciso es temporizar, no siempre podemos ser los mas fuertes, Por lo consiguiente, si una nación, por la fuerza de a guerra, se ve obligada a servir a uno, como la ciudad de Atenas a los treinta tiranos . No hay que asombrarse que este sometida, sino deplorar el accidente, o mas bien, no asombrarse ni deplorar,
Sino padecer el mal con paciencia, y en lo venidero prepararse para una mejor fortuna,
Nuestra naturaleza esta hecha de tal modo que los deberes comunes de la amistad se llevan una buena parte del curso de nuestra vida: es muy natural amar la virtud, estimar las buenas acciones, agradecer el bien recibido y menguar nuestro bienestar para aumentar el honor y los beneficios de aquellos a quienes uno ama y lo merecen.
Así, pues, si los habitantes de un país hallaron algún gran personaje que haya dado muestras de una gran previsión en procura de su cuidado , una gran audacia para defenderlos , un gran esmero para gobernarlos; si a partir de ahí se acostumbran a obedecerle , y a fiarse de el al punto de concederle algunas ventajas , no se si seria actuar con cordura moverlo del lugar donde hacia un bien para llevarlo al sitio donde podría actuar de tal modo ; pero ciertamente seria muy natural sentir bondad y no temer el mal de aquel de quien solo el bien se ha recibido.
Mas ¡ OH Dios santo ¡ ¿Que puede eso significar ? Qué nombre le daremos  
¿Cuál es la desgracia? 
¿ No es vergonzoso ver a una infinita cantidad de personas , no obedecer , 
sino someterse ; no ser gobernadas ,sino tiranizadas , sin poseer ni bienes , ni padres ,
 mujeres ni hijos ni su propia vida que les pertenezca , 
que padecen los saqueos , los libertinajes , la crueldades , 
no de un ejercito ni tampoco de una horda de bárbaros
 contra los cuales Seria menester defender su vida al precio de su propia sangre , sino de uno solo ;
 no de un Hércules o un Sansón , sino de un solo hombre ,
 y las mas de las veces el mas cobarde y afeminado de la nación ;
 no acostumbrado al polvo de las batallas , 
sino a duras penas a la arena de los torneos , no aquel que por la fuerza pueda capitanear a los hombres , 
sino quien es incluso incapaz de satisfacer a cualquier mujercita 
¿ Llamaremos a eso cobardía ?
dimos acaso que son cobardes e infames a aquellos que se someten a un yugo semejante
 ¿ Si dos , o tres , o cuatro no se defienden de uno , es extraño , pero sin embargo posible ; 
en justicia podrá echarse la culpa a la debilidad del corazón .
Pero cuando cien , cuando mil padecen por uno solo ,
 ¿no seria menester decir que no quieren , que no se atreven a emprenderla contra el ,
 y que no se trata de cobardía sino mas bien de desprecio o desden ?
En cualquier vicio , empero , hay naturalmente un limite , mas allá del cual no se puede pasar ; 
que dos y hasta diez puedan temer a uno , eso es posible ; pero que mil , que un millón , 
que mil ciudades no se defiendan de uno , no es tal cosa cobardía , 
que no llega hasta ahí , así como tampoco es valentía que uno solo escale una fortaleza , 
o asalte un ejercito , o conquiste un reino.
Así, pues ¿Qué vicio monstruoso es este, que ni siquiera merece el titulo de cobardía, que no somos capaces de encontrar un nombre de suficiente fealdad, que la naturaleza niega haber engendrado,
 y que la lengua rechaza nombrar?
Póngase de un lado a cincuenta mil hombres en armas, otros tantos del otro, alístenselos en orden de batalla y vayan a juntarse, unos libres y que combaten por su libertad, los otros para arrebatárselas: ¿quienes creéis que lograran la victoria? ¿Cuáles habrán de ir con mayor gallardia a la lid, aquellos que como resultado de sus penas esperan el mantenimiento de su libertad, o aquellos que, de los golpes que dan o reciben, no pueden esperar otra cosa que la servidumbre?
Aquel que tanto os domina no tiene mas que dos ojos, no tiene mas que dos manos, que un cuerpo ,no otra cosa que lo que posee el hombre mas miserable del grande e infinito numero de nuestras ciudades , de no ser los medios que vosotros le dais para destruirnos , de donde saco tantos ojos con que os espías, sino sois vosotros quien se lo habéis dado?
Decidíos a dejar de estar sometidos. No pretendo que lo empujéis o lo sacudáis, sino tan solo que dejéis de lo, y veréis que, cual un gran coloso a quien se sustrajo su base, por su propio peso, se derrumbara y se romperá, Y ya os veréis LIBRES.
Pero entonces yo preguntaría : si por ventura nacieran hoy alguna gente totalmente nueva , ni acostumbrados al sometimiento , ni engolosinados con la libertad, y no supiesen nada de uno u otra , ni siquiera su nombre ? 

SI SE LES PREGUNTARA QUE PREFIEREN, SER SIERVOS O LIBRES ¿ QUE ELEGIRÍAN ?
NO SE PUEDE CREER COMO EL PUEBLO EN CUANTO ES SOMETIDO CAE EN UN OLVIDO TAN GRANDE DE LA LIBERTAD SIRVIENDO DE TAN BUENA GANA QUE DIRIASE QUE NO PERDIÓ SU LIBERTAD SINO QUE GANO SU SERVIDUMBRE.

ETTIENNE DE LA BOETIE
 AÑO 1577  FRANCIA



miércoles, 15 de agosto de 2012

EL NIÑO PROLETARIO


Desde que empieza a dar sus primeros pasos en la vida, el niño proletario sufre las consecuencias de pertenecer a la clase explotada. Nace en una pieza que se cae a pedazos, generalmente con una inmensa herencia alcohólica en la sangre. Mientras la autora de sus días lo echa al mundo, asistida por una curandera vieja y reviciosa, el padre, el autor, entre vómitos que apagan los gemidos lícitos de la parturienta, se emborracha con un vino más denso que la mugre de su miseria.
 Me congratulo por eso de no ser obrero, de no haber nacido en un hogar proletario.
 El padre borracho y siempre al borde de la desocupación, le pega a su niño con una cadena de pegar, y cuando le habla es sólo para inculcarle ideas asesinas. Desde niño el niño proletario trabaja, saltando de tranvía en tranvía para vender sus periódicos. En la escuela, que nunca termina, es diariamente humillado por sus compañeros ricos. En su hogar, ese antro repulsivo, asiste a la prostitución de su madre, que se deja trincar por los comerciantes del barrio para conservar el fiado.
 En mi escuela teníamos a uno, a un niño proletario.
 Stroppani era su nombre, pero la maestra de inferior se lo había cambiado por el de ¡Estropeado! A rodillazos llevaba a la Dirección a ¡Estropeado! cada vez que, filtrado por el hambre, ¡Estropeado! no acertaba a entender sus explicaciones. Nosotros nos divertíamos en grande.
 Evidentemente, la sociedad burguesa, se complace en torturar al nino proletario, esa baba, esa larva criada en medio de la idiotez y del terror.
 Con el correr de los años el niño proletario se convierte en hombre proletario y vale menos que una cosa. Contrae sífilis y, enseguida que la contrae, siente el irresistible impulso de casarse para perpetuar la enfermedad a través de las generaciones. Como la única herencia que puede dejar es la de sus chancros jamás se abstiene de dejarla. Hace cuantas veces puede la bestia de dos espaldas con su esposa ilícita, y así, gracias a una alquimia que aún no puedo llegar a entender (o que tal vez nunca llegaré a entender), su semen se convierte en venéreos niños proletarios. De esa manera se cierra el círculo, exasperadamente se completa.

 ¡Estropeado!, con su pantaloncito sostenido por un solo tirador de trapo y los periódicos bajo el brazo, venía sin vernos caminando hacia nosotros, tres niños burgueses: Esteban, Gustavo, yo.
 La execración de los obreros también nosotros la llevamos en la sangre.
 Gustavo adelantó la rueda de su bicicleta azul y así ocupó toda la vereda. ¡Estropeado! hubo de parar y nos miró con ojos azorados, inquiriendo con la mirada a qué nueva humillación debía someterse. Nosotros tampoco lo sabíamos aún pero empezamos por incendiarle los periódicos y arrancarle las monedas ganadas del fondo destrozado de sus bolsillos. ¡Estropeado! nos miraba inquiriendo con la cara blanca de terror
 oh por ese color blanco de terror en las caras odiadas, en las fachas obreras más odiadas, por verlo aparecer sin desaparición nosotros hubiéramos donado nuestros palacios multicolores, la atmósfera que nos envolvía de dorado color.
A empujones y patadas zambullimos a ¡Estropeado! en el fondo de una zanja de agua escasa. Chapoteaba de bruces ahí, con la cara manchada de barro, y. Nuestro delirio iba en aumento. La cara de Gustavo aparecía contraída por un espasmo de agónico placer. Esteban alcanzó un pedazo cortante de vidrio triangular. Los tres nos zambullimos en la zanja. Gustavo, con el brazo que le terminaba en un vidrio triangular en alto, se aproximó a ¡Estropeado!, y lo miró. Yo me aferraba a mis testículos por miedo a mi propio placer, temeroso de mi propio ululante, agónico placer. Gustavo le tajeó la cara al niño proletario de arriba hacia abajo y después ahondó lateralmente los labios de la herida. Esteban y yo ululábamos. Gustavo se sostenía el brazo del vidrio con la otra mano para aumentar la fuerza de la incisión.
 No desfallecer, Gustavo, no desfallecer.
 Nosotros quisiéramos morir así, cuando el goce y la venganza se penetran y llegan a su culminación.
 Porque el goce llama al goce, llama a la venganza, llama a la culminación.
 Porque Gustavo parecía, al sol, exhibir una espada espejeante con destellos que también a nosotros venían a herirnos en los ojos y en los órganos del goce.
 Porque el goce ya estaba decretado ahí, por decreto, en ese pantaloncito sostenido por un solo tirador de trapo gris, mugriento y desflecado.
 Esteban se lo arrancó y quedaron al aire las nalgas sin calzoncillos, amargamente desnutridas del niño proletario. El goce estaba ahí, ya decretado, y Esteban, Esteban de un solo manotazo, arrancó el sucio tirador. Pero fue Gustavo quien se le echó encima primero, el primero que arremetió contra el cuerpiño de ¡Estropeado!, Gustavo, quien nos lideraría luego en la edad madura, todos estos años de fracasada, estropeada pasión: él primero, clavó primero el vidrio triangular donde empezaba la raya del trasero de ¡Estropeado! y prolongó el tajo natural. Salió la sangre esparcida hacia arriba y hacia abajo, iluminada por el sol, y el agujero del ano quedó húmedo sin esfuerzo como para facilitar el acto que preparábamos. Y fue Gustavo, Gustavo el que lo traspasó primero con su falo, enorme para su edad, demasiado filoso para el amor.
 Esteban y yo nos conteníamos ásperamente, con las gargantas bloqueadas por un silencio de ansiedad, desesperación. Esteban y yo. Con los falos enardecidos en las manos esperábamos y esperábamos, mientras Gustavo daba brincos que taladraban a ¡Estropeado! y ¡Estropeado! no podía gritar, ni siquiera gritar, porque su boca era firmernente hundida en el barro por la mano fuerte militari de Gustavo.
  A Esteban se le contrajo el estómago a raíz de la ansiedad y luego de la arcada desalojó algo del estómago, algo que cayó a mis pies. Era un espléndido conjunto de objetos brillantes, ricamente ornamentados, espejeantes al sol. Me agaché, lo incorporé a mi estómago, y Esteban entendió mi hermanación. Se arrojó a mis brazos y yo me bajé los pantalones. Por el ano desocupé. Desalojé una masa luminosa que enceguecía con el sol. Esteban la comió y a sus brazos hermanados me arrojé.
Mientras tanto ¡Estropeado! se ahogaba en el barro, con su ano opaco rasgado por el falo de Gustavo, quien por fin tuvo su goce con un alarido. La inocencia del justiciero placer.
 Esteban y yo nos precipitamos sobre el inmundo cuerpo abandonado. Esteban le enterró el falo, recóndito, fecal, y yo le horadé un pie con un punzón a través de la suela de soga de alpargata. Pero no me contentaba tristemente con eso. Le corté uno a uno los dedos mugrientos de los pies, malolientes de los pies, que ya de nada irían a servirle. Nunca más correteos, correteos y saltos de tranvía en tranvía, tranvías amarillos.
 Promediaba mi turno pero yo no quería penetrarlo por el ano.
    —Yo quiero succión —crují.
 Esteban se afanaba en los últimos jadeos. Yo esperaba que Esteban terminara, que la cara de ¡Estropeado! se desuniera del barro para que ¡Estropeado! me lamiera el falo, pero debía entretener la espera, armarme en la tardanza. Entonces todas las cosas que le hice, en la tarde de sol menguante, azul, con el punzón. Le abrí un canal de doble labio en la pierna izquierda hasta que el hueso despreciable y atorrante quedó al desnudo. Era un hueso blanco como todos los demás, pero sus huesos no eran huesos semejantes. Le rebané la mano y vi otro hueso, crispados los nódulosfalanges aferrados, clavados en el barro, mientras Esteban agonizaba a punto de gozar. Con mi corbata roja hice un ensayo en el coello del niño proletario. Cuatro tirones rápidos, dolorosos, sin todavía el prístino argénteo fin de muerte. Todavía escabullirse literalmente en la tardanza.
Gustavo pedía a gritos por su parte un fino pañuelo de batista. Quería limpiarse la arremolinada materia fecal conque ¡Estropeado! le ensuciara la punta rósea hiriente de su falo. Parece que ¡Estropeado! se cagó. Era enorme y agresivo entre paréntesis el falo de Gustavo. Con entera independencia y solo se movía, así, y así, cabezadas y embestidas. Tensaba para colmo los labios delgados de su boca como si ya mismo y sin tardanza fuera a aullar. Y el sol se ponía, el sol que se ponía, ponía. Nos iluminaban los últimos rayos en la rompiente tarde azul. Cada cosa que se rompe y adentro que se rompe y afuera que se rompe, adentro y afuera, adentro y afuera, entra y sale que se rompe, lívido Gustavo miraba el sol que se moría y reclamaba aquel pañuelo de batista, bordado y maternal. Yo le di para calmarlo mi pañuelo de batista donde el rostro de mi madre augusta estaba bordado, rodeado por una esplendente aureola como de fingidos rayos, en tanto que tantas veces sequé mis lágrimas en ese mismo pañuelo, y sobre él volqué, años después, mi primera y trémula eyaculación.
Porque la venganza llama al goce y el goce a la venganza pero no en cualquier vagina y es preferible que en ninguna. Con mi pañuelo de batista en la mano Gustavo se limpió su punta agresiva y así me lo devolvió rojo sangre y marrón. Mi lengua lo limpió en un segundo, hasta devolverle al paño la cara augusta, el retrato con un collar de perlas en el cuello, eh. Con un collar en el cuello. Justo ahí.
 Descansaba Esteban mirando el aire después de gozar y era mi turno. Yo me acerqué a la forma de ¡Estropeado! medio sepultada en el barro y la di vuelta con el pie. En la cara brillaba el tajo obra del vidrio triangular. El ombligo de raquítico lucía lívido azulado. Tenía los brazos y las piernas encogidos, como si ahora y todavía, después de la derrota, intentara protegerse del asalto. Reflejo que no pudo tener en su momento condenado por la clase. Con el punzón le alargué el ombligo de otro tajo. Manó la sangre entre los dedos de sus manos. En el estilo más feroz el punzón le vació los ojos con dos y sólo dos golpes exactos. Me felicitó Gustavo y Esteban abandonó el gesto de contemplar el vidrio esférico del sol para felicitar. Me agaché. Conecté el falo a la boca respirante de ¡Estropeado! Con los cinco dedos de la mano imité la forma de la fusta. A fustazos le arranqué tiras de la piel de la cara a ¡Estropeado! y le impartí la parca orden:
    —Habrás de lamerlo. Succión—
 ¡Estropeado! se puso a lamerlo. Con escasas fuerzas, como si temiera hacerme daño, aumentándome el placer.
  A otra cosa. La verdad nunca una muerte logró afectarme. Los que dije querer y que murieron, y si es que alguna vez lo dije, incluso camaradas, al irse me regalaron un claro sentimiento de liberación. Era un espacio en blanco aquel que se extendía para mi crujir.
    Era un espacio en blanco.
    Era un espacio en blanco.
    Era un espacio en blanco.
 Pero también vendrá por mí. Mi muerte será otro parto solitario del que ni sé siquiera si conservo memoria.
 Desde la torre fría y de vidrio . De sde donde he con templado después el trabajo de los jornaleros tendiendo las vías del nuevo ferrocarril. Desde la torre erigida como si yo alguna vez pudiera estar erecto. Los cuerpos se aplanaban con paciencia sobre las labores de encargo. La muerte plana, aplanada, que me dejaba vacío y crispado. Yo soy aquel que ayer nomás decía y eso es lo que digo. La exasperación no me abandonó nunca y mi estilo lo confirma letra por letra.  Desde este ángulo de agonía la muerte de un niño proletario es un hecho perfectamente lógico y natural. Es un hecho perfecto.
  Los despojos de ¡Estropeado! ya no daban para más. Mi mano los palpaba mientras él me lamía el falo. Con los ojos entrecerrados y a punto de gozar yo comprobaba, con una sola recorrida de mi mano, que todo estaba herido ya con exhaustiva precisión. Se ocultaba el sol, le negaba sus rayos a todo un hemisferio y la tarde moría. Descargué mi puño martillo sobre la cabeza achatada de animal de ¡Estropeado!: él me lamía el falo. Impacientes Gustavo y Esteban querían que aquello culminara para de una buena vez por todas: Ejecutar el acto. Empuñé mechones del pelo de ¡Estropeado! y le sacudí la cabeza para acelerar el goce. No podía salir de ahí para entrar al otro acto. Le metí en la boca el punzón para sentir el frío del metal junto a la punta del falo. Hasta que de puro estremecimiento pude gozar. Entonces dejé que se posara sobre el barro la cabeza achatada de animal.
    —Ahora hay que ahorcarlo rápido —dijo Gustavo.
    —Con un alambre —dijo Estebanñ en la calle de tierra don de empieza el barrio precario de los desocupados.
    —Y adiós Stroppani ¡vamos! —dije yo.
    Remontamos el cuerpo flojo del niño proletario hasta el lugar indicado. Nos proveímos de un alambre. Gustavo lo ahorcó bajo la luna, joyesca, tirando de los extremos del alambre. La lengua quedó colgante de la boca como en todo caso de estrangulación.  


 OSVALDO LAMBORGHINI