Por Paulo Pécora
Experimental, artesanal, independiente, autoral o,
sencillamente, un cine del más allá.
Llámenlo como gusten, pero en los rincones secretos del
escenario audiovisual argentino existe y se desarrolla de forma silenciosa una
corriente de valiosas individualidades cuyo denominador común es la
investigación y la práctica libre y desprejuiciada de ciertas posibilidades
olvidadas del séptimo arte.
De manera paradójica, el lugar marginal que ocupan en los
cines, la prensa, los festivales y otros espacios de legitimación, se convierte
para ellos en una zona auspiciosa de subjetividad, juego y experimentación
permanente.
Sus límites son su alimento. Las dificultades y
precariedades técnicas no son nunca un impedimento, sino más que nada un nuevo
impulso, un desafío a superar. El secreto de su fuerza -y otro de sus puntos
comunes- es intentar vencer siempre cualquier tipo de imposibilidad. Y no sólo
vencerla, sino convertirla en una posibilidad creativa más, en un instrumento
narrativo potente, efectivo y novedoso.
Los códigos y recetas de la narración convencional
desaparecen, son trastocados o se diluyen en la investigación y el desarrollo de formas y posibilidades
narrativas más íntimas e intuitivas, muchas veces signadas por el azar. Las
historias, los actores, e incluso la realidad, dejan de ser la materia del
cine, para abrirle la puerta al cine mismo, al celuloide, a su esencia
pictórica, musical y fotográfica.
La manipulación e intervención del negativo y el material
expuesto son una constante en muchos de estos autores, cuya vocación pareciera
ser la revalorización de una forma más artesanal y poética de entender el cine.
Las posibilidades de intervención del cineasta en su obra
son absolutas, tanto durante el rodaje (cuadro por cuadro, cámara lenta,
aceleraciones, fueras de foco, combinaciones aleatorias entre zoom y tamaños de
cuadro, sobreexposiciones), como en todas las demás instancias de la hechura
cinematográfica.
En el proceso de revelado o en el uso posterior del positivo
como lienzo -para pintarlo, rayarlo, agujerarlo o quemarlo-, en la escritura o
reescritura que supone su edición o montaje, y en algunos casos específicos
también en las posibilidades creativas -múltiples pantallas, loops,
superposiciones, cambios de velocidad, desenfoques, sombras sobre la pantalla,
etcétera- que existen en el momento mismo de la proyección.
Aunque no estén restringidos a ningún formato en particular,
muchos de ellos se expresan a través de película reversible de paso reducido,
tanto en 16 como en súper 8 milímetros, o por una cuestión de costos y
accesibilidad o porque sus pequeñas cámaras les permiten trabajar de manera
ágil y solitaria, pero también porque valoran y reivindican la textura única
del grano fotográfico de la imagen.
Estas y otras características son compartidas por muchos
realizadores argentinos que persisten y perseveran en la experimentación, más
allá del alto, mediano o escaso
reconocimiento que puedan obtener la fuerza y coherencia de sus obras.
Se trata de un movimiento de individualidades
inclasificables, con escrituras diferentes y puntos de vista estéticos cercanos
aunque nunca idénticos, que se vinculan entre ellos de manera lúdica,
desinteresada, sin necesidad de un manifiesto u objetivo concreto, sino quizás
con la única pretensión de colaborar y enriquecerse mutuamente.
Uno de ellos es
Ernesto Baca.
Artesano del celuloide, director inquieto y prolífico, Baca
concibe a su lugar en el cine como un acto de resistencia. Autor de siete
largos experimentales (Cabeza de palo, Samoa, Semen, Música para astronautas,
El sirviente, Vrindavana y Mujermujer, además del inconcluso Ganges), sus
imágenes encierran una visión política a la vez íntima y poética, entrelazada
con una forma espiritual de entender la vida.
Muy influido por el hinduismo y la filosofía oriental, y por
una sensibilidad experimental que le transmitió el realizador Claudio Caldini,
Baca eligió una tendencia hacia la abstracción "que –según dijo- intenta
rescatar imágenes cotidianas que podrían convertirse en umbrales hacia otros
mundos si les prestáramos la suficiente atención".
El suyo es un cine donde, si bien existe, la trama es mínima
o se diluye rápidamente en flujos de fotogramas manipulados desde el momento
mismo de su concepción. Los temas son actuales y trascendentes, describen
dramas humanos, sueños y visiones afiebradas, pero las historias que los evocan
se van disolviendo en múltiples modos de representación subjetivos, inconexos y
anárquicos.
El registro de imágenes y la posterior intervención del
celuloide –donde su propia mano lo pinta, le pega sustancias, lo raya, lo
dibuja o lo sella- revelan una predilección por la forma y una voluntad
pictórica cercana al expresionismo abstracto.
Sus películas proponen viajes a otra dimensión, periplos sensoriales
que conducen hacia una percepción lírica de lo real, una forma de superar los
procesos de entendimiento acotados de la razón.
Es un cine ligado a sensaciones, que no responde a una
codificación del lenguaje, sino que apunta a una comunicación más directa y
apela a una participación más comprometida del espectador.
La dimensión temporal no se rige lineal ni cronológicamente.
Los hechos no tienen un orden jerárquico, sino que responden a un tiempo
fragmentado, donde la línea recta es reemplazada por una espiral. Es la lógica
del cadáver exquisito, el collage y el rompecabezas, pero también la del
enigma, el azar, lo incompleto y lo elíptico.
En el siguiente texto, el propio Ernesto Baca reflexiona de
manera poética y metafórica acerca de cinco de sus películas (Samoa,
Vrindavana, Cabeza de palo, Música para astronautas y Mujermujer), exprimiendo sus
preocupaciones metafísicas, su pasión por el arte cinematográfico, su respeto por la naturaleza y el
rol del ser humano frente a una dimensión más abstracta y trascendente de la
vida.
Algunas posibles
huellas sobre el océano
Por Ernesto Baca*
Las ideas asociadas comienzan a
transitar libremente cuando vemos que el tiempo lineal se desvanece, tiempo en
el cual ha decidido erigirse el discurso histórico, en cuando su virtud
esencial es expresada. Tratemos de remontarnos a esas ideas en que el hombre se
ha vinculado con sus experiencias conscientes, sin temer trasvasar el espacio
tiempo como si algo sucedió en el pasado o como si algo va suceder en el futuro.
Sería un lugar sin miedos, un presente continuo. Esas costuras que nos unen en
el tiempo con lo ancestral, formas de fe que pueden coexistir sin distancias, y
se vinculan regenerándose, sobre una gran isla: SAMOA.
Estamos a punto de festejar el
nacimiento de Dios Krishna en una aldea oriental de Bengala. Podría haber sido
hace 4000 años atrás pero no, hay teléfonos celulares. Antes de que comience el
teatro sagrado, los sabios más avanzados espiritualmente, los brahmanes, se
disponen a abrir el teatro mediante un fuego sagrado y el canto de himnos y
mantras de las escrituras para invocar todo lo auspicioso, de lo que suceda de
ahora en más. Se elige a una pareja de pequeños niños de la aldea y se los
decora con los mejores atavíos, representando a los dioses libres de toda
impureza, y se los eleva en un trono portátil para pasearlos por todo el
recinto sagrado, por toda la aldea. Salen todos con sus mejores galas, todos
los pobladores, las prostitutas, los eunucos, los eruditos sacerdotes, los
gobernadores, los obreros, los comerciantes, los descastados come-perros, todos
entienden su relación con la imagen divina. Los himnos nombran sus cualidades,
para entender la identidad espiritual que representan. La geografía ha escogido
una palabra para darle vida este estado de conciencia: VRINDAVANA.
Fijémonos de qué forma se pueden
exorcizar esos espíritus atascados por la lentitud de un mundo socavado de
egoísmo, ya que este es el primer ingrediente que nos identifica con nuestra
mortalidad. Indispensable elemento según Aristóteles para ejecutar así la
finalidad trágica, su catarsis. El mundo profano nos empuja al sostenimiento de
la realidad por una cuestión exclusiva de nuestro ego de pre dominador sobre la
naturaleza. Así lo que es finito termina por absorbernos dentro de los límites
de la materia, nos negamos a tener experiencias más allá de nuestro cuerpo. El
realismo ha transformado la forma de pensar al mundo, le ha dado una imagen más
concreta, una imagen de la que nadie se atreve a dudar, pues nadie ya desea
desafiar la dictadura de las medidas, los valores espirituales han sido
reducidos, ya no hay señales en el cielo, todo es casual, y eso debería
sorprendernos. Una vez ajustados los estímulos necesarios para crear una
personalidad adicta a comportamientos condicionados, la vida se percibe en 4
estadios: dormir, comer, aparearse y temer, y el desarrollo de la inteligencia
solo infiere sobre como ejecutar estas actividades, al arribo de una especie
nueva, un eslabón perdido de animalidad sofisticada. ¿Que se puede esperar de
un hombre que es devorado por su máquina?: CABEZA de PALO.
Todos esos remolinos que nos
empujan a vivir la vida proyectando una imagen a la que uno es fiel. Como si un
doble se desprendiera de nosotros, alguien que sabe muy bien como nuestras
reacciones y ciertos comportamientos que son solo reflejos débiles de nuestros
imperiosos deseos de dominio, ese brutal alimento del ego. Así se forma un
circulo en donde nuestra propia creencia, nuestra propia fantasía tiene que ser
expuesta para la aprobación o desaprobación del resto de las personas, como si
esa expresión del entorno mundano nos definiera. Esa llamada política, tan
lejos del sentir, es un aullido de lobo en la oscuridad de la noche, es la
misma muerte que nos fagocita. Ahora bien, sabemos que esa muerte no existe,
así que no nos preocupa mucho, hasta que el dolor te pellizque o te acaricie.
Este mundo dual es una expresión del amor, solo que los vidrios empañados nos
hacen ver su versión más bizarra, el pixel nos ha corrompido. Los cirujanos
están listos con sus bisturíes para abrir cualquier corazón que se atreva a
desafiar a la sociedad de la mente cruel (lamento cruel). Incluso a amputar al
sexo, para la felicidad del clero amante de objetos de disfrute. Fundemos
nuestra dinastía en el espacio, pues desde allí estaremos trasmitiendo en
control remoto nuestros posibles sueños encarnados en este océano de burbujas:
MÚSICA PARA ASTRONAUTAS.
En el
preciso momento en que un pincel va a tocar el celuloide, en ese instante en
donde la imagen cambia de color repentinamente, en donde las variables se hacen
infinitas, justo ahí, siento que es cuando los espejos dejan de reflejar algo,
y también que las paredes se caen pues están repletas de imágenes. Solo me
queda preguntarme: ¿esta es una película de género? De género femenino, alguien
responde. Eso me dio la pauta para no sacarme nunca más el telescopio de mi ojo
derecho. Fue así que dentro de los cráteres taoístas se pudo leer: Si queréis
prescindir del método, aprended el método. Si deseáis la facilidad, trabajad
duro. Si buscáis la simplicidad, dominad la complejidad. Ya hace 4 largos años
que vengo pintando esta película, y que a la vez cuenta mi relación con Nataly,
la otra mitad de mi cuerpo. Somos bombardeados una y otra vez por toneladas de
formas, cuerpos, objetos, sentimientos, meteoros de la vida moderna. A medida
que me desintegro, me doy cuenta que solo existo cuando me vuelvo sombra. Los
pájaros cantan en la mañana, pero ya nadie los escucha, hay un eco detrás del
cerebelo que nos martilla y nos dicta como actuar. Como dos manos suplicantes,
como dos hojas de un libro, como un segundo igual al otro: MUJERMUJER.
*Ernesto Baca nació en Florencio Varela,
Provincia de Buenos Aires, en 1969. En el año 97 terminó sus estudios de la
carrera de Realización de Cine y Video en el CIEVYC. Allí conoció a Claudio
Caldini, quien lo inició en la experimentación. En 2002 presenta su primer
largometraje “Cabeza de palo”. En 2005 termina el film experimental “Samoa” que
luego gana un subsidio para la ampliación a 35mm del Fondo de Cultura de Buenos
Aires y compite en la Sección Oficial del Bafici. En 2007 enseña Dirección en
el CIEVYC y hace curaduría de una pequeña muestra de cine experimental en
Ámsterdam, para un evento llamado “Nuevo Cine Argentino”. En 2010 tomó contacto con varios
realizadores y alumnos para realizar el largometraje “Teoría de cuerdas” que
concluyó como productor. También viajo a India a realizar un documental de
creación llamado “Vrindavana” que estrenó en Bafici 2010 y que participó de la
competencia oficial del Festival Punto de Vista 2011, España. Mujermujer es su
última película experimental.
No hay comentarios:
Publicar un comentario