William S. Burroughs: A man
within [2010]
Dirigida por Yony Leyser – 87
min
William S. Burroughs: A man
within (traducible como “un hombre entremedio”) se estrenó
en 2010 y llegó a estas latitudes gracias a los festivales de cine
independiente. Yony Leyser, en este impresionante trabajo periodístico y de
archivo, replantea la figura histórica del escritor y artista polifacético,
además de llevar el género documental a un estado máximo de resignificación y
pureza.
Por Goyeneche
Toda imagen es un documento. Toda imagen gana,
eventualmente, una materialidad. Toda imagen es entonces documental. Toda
imagen es pulso de una vida siendo documentada al mismo tiempo que el pulso
cobra vida, no importa lo mediocre o histórica que esa vida sea. Pero lo
documentado, aquello cuya energía se hace documento, vive eternamente a su vez por fuera de la imagen. Siempre y cuando
lo documentado transmita esa energía. Si lo documentado no transmite esa
energía, el producto –imagen– carece de potencial histórico. El hecho no se
consuma. La acción no existe “eventualmente”. Aunque se proyecte y represente
en vacío o loop a lo largo y ancho del océano de salas de cine existentes.
Cuando una vida es el documento y la energía, es decir,
lo que básicamente nos interesa, esta vida se convierte en engranaje de la
historia. El protagonista hoy y acá, no importa si ya muerto o recién nacido,
es William Seward Burroughs. Preferimos –y prefiere– “recién nacido”.
LA CAJA
REGISTRADORA
Cuando nos toca hablar de Burroughs, una persona que
dudaba profundamente de la representatividad de todo lenguaje y para quien las
palabras “nunca serán más que una aproximación”, tenemos que hacerlo
necesariamente a través de la imagen o la palabra. No es extraño entonces que haya
que recurrir, para no caer en un producto hueco, al único registro inalienable:
su cuerpo, su voz, él mismo.
Si analizamos la filmografía que incluye a Burroughs como
artista (cualquiera sea su colaboración), vemos que predominan sus actuaciones,
interpretaciones o simplemente apariciones antes que cualquier colaboración
técnica. También se encuentra mucho material narrado por su voz (destaca la
versión remontada de La brujería a través
de los siglos, documental original de 1922). Y no acotaremos aquí sobre la
multiplicidad de películas basadas en libros suyos, pues ya estaríamos hablando
de obras derivadas. Por ahora hablaremos de lo que tiene carne.
Entre las pocas experiencias “dirigidas” por él, se
encuentran sus famosos Cut ups de
1966, donde Burroughs se monta a sí mismo, demostrando cómo los avances
técnicos también producen avances sobre el espíritu, cómo al montar una
película en una moviola se está también trabajando con fragmetnos del espíritu.
Este material fue inspirado, al igual que muchas de sus obras literarias, por
Brion Gysin, artista plástico y conceptual contemporáneo y amigo de Burroughs,
a quien debe muchas de sus técnicas y experimentos. The cut ups fue pensado como un experimento conceptual, literario,
sonoro y visual en simultáneo, así que técnicamente no se puede decir que
Burroughs lo haya “dirigido” como generalmente se dice de un cortometraje. La
forma cortometraje es lo anecdótico de la obra.
Tampoco podemos pasar por alto una película difícil de
conseguir filmada ese mismo año, dirigida por Conrad Rooks, con fotografía y
cámara del talentoso Robert Frank. La película se llama Chappaqua y últimamente fue redescubierta por algunos
coleccionistas e investigadores. En ella Burroughs interpreta a una suerte de consigliere psicodélico que se aparece
únicamente en las visualizaciones tanto por los efectos de las sustancias como
por la abstinencia que sufre el protagonista, interpretado por el mismo Conrad
Rooks. Chappaqua, que mantiene una
línea estética ubicada nebulosamente entre la ficción y la realidad, entre la
representación y el pulso vivo, es uno de los documentos vivos más importantes
en que vemos a Burroughs tomado en estado puro, en el clímax artístico del
movimiento beatnik.
REFLEJOS DE UN
VIRUS
Una de las secuencias más fuertes que podemos ver en el
documental es una charla entre él y Allen Ginsberg, ya viejos, debatiendo sobre
los orígenes del movimiento beat. Ante la pregunta de Ginsberg “¿Qué fue el
movimiento beatnik para vos?”, Burroughs contesta: “Un movimiento sociológico
más que literario, que en los años 60 se volvió político”. Y Ginsberg acota:
“Un movimiento de liberación espiritual”. No es poco sumar estas dos visiones.
Imagen que vuelve del pasado hablando del pasado, dejando al descubierto el
engranaje que más piezas ha movido en el imaginario social estadounidense
anterior a otros movimientos que se pueden incluso considerar posibilitados por
éste: el movimiento hippie y posteriormente la avanzada punk.
Hay un año de ruptura: 1966. No sólo por la aparición de los
dos registros audiovisuales más poderosos relacionados con Burroughs que antes
mencionamos (The cut ups y Chappaqua). También ese año fue
espectador del último juicio en Estados Unidos por causas de censura literaria.
El libro que había recibido los que por suerte serían los últimos pedidos de
censura avalada estatalmente era, otra vez el diablo metía la cola, The naked lunch, obra emblemática de
William Burroughs. Un libro que modificaría la historia del mundo, justamente
escrito luego de un acto llamativo que marcaría la vida del escritor: la muerte
de su esposa Sara. Una muerte que, a su vez, ponía en duda todo un sistema
jurídico de castigos, ya que además de por accidente, la muerte se había
producido en un juego propuesto por la asesinada misma. La ley, ya lo sabemos,
no es de sentarse a escuchar y por este accidente el escritor huiría a México y
luego a Tánger, Marruecos, donde escribiría ésta, su mayor obra, El almuerzo desnudo. Marcada a fuego por
no uno sino dos delitos, esta obra es la madre de William Burroughs. En los
registros incluso hay imágenes (materia, energía viva) que van más allá de este
acontecimiento, hay la voz de Burroughs diciendo: “Si no hubiese sido por la
muerte de Sara, nunca me hubiera convertido en escritor”.
ETIQUETAS INTELIGENTES
Anarquía es una palabra que no encaja. Ruptura de
clasificaciones... Engranaje que moviliza los paradigmas, por ende la historia.
Deconstructor de etiquetas.
Cuando se le pregunta a Burroughs, en una entrevista
antigua, qué piensa de su incidencia en el movimiento de liberación gay, su
respuesta es violentamente categórica: “No he sido gay ningún día de mi vida y
no he sido jamás parte de ningún movimiento”. Con esto tenemos jugo puro de por
qué la experiencia Burroughs pudo movilizar a nivel social y humano la historia
yanqui. Él no se dejó mover por ningún tipo de categorización, prejuicio, ni
intentos de aislamiento o discriminación. El movimiento beatnik eran él y otras
personas, sí. Pero él no era el contenido
de ningún movimiento, ya que no pueden enclaustrarse los ideales que movilizan
a la acción. Así como ningún signo puede anestesiar o aniquilar por encierro a
un significado. Así como ninguna imagen nos trae de vuelta al hombre que dio
vida a esos ideales y se jugó en cuerpo lo que significaba ser y no ser
cualquier etiqueta (beatnik, gay, drogadicto).
No puede decirse, ni siquiera hoy, que Burroughs haya
sido gay o beatnik o drogadicto. Así como tampoco se lo puede llamar escritor y
cualquier etiqueta suena ridícula antepuesta a su persona. Peter Weller, actor
que lo interpreta en la versión de Cronemberg de El almuerzo desnudo, lo pone así en palabras: “Deconstructor de
etiquetas para no poder ser marginado”. Si no existe el acto marginador en el
campo del lenguaje, no existirá en el campo social y menos en el humano o
espiritual. Burroughs era extremadamente consciente de esto y es también uno de
los postulados más claros del documental de Yony Leyser.
La incidencia de los impulsos inconscientes en la
realidad es palpable. En una conferencia, escuchamos esta frase: “Es siempre un
problema ser receptivo y a la vez saber defenderte de ataques e influencias”.
Así también, el espíritu es muy influenciable por las etiquetas, y Burroughs lo
tenía presente.
En este sentido, el documental es un género que jamás
debe ser reducido a producto. No funciona para las distribuidoras, no funciona
para las salas comerciales, no funciona para aplicarle los avances de la
técnica (en teoría, obviamente). Es cierto, es un género que no funciona por
estar siempre lindando con la ruptura de los límites. Estar “entremedio”, sobre
o fuera de los límites se convierte en lo mismo. La pureza de un contenido es
inalienable. Y en eso debe basarse el concepto documental. No funcionaría para
los grandes grupos de distribución comercial, estar dándole a su público toda
información que se contradice con los modelos comerciales y de reproducción que
mantienen el negocio vivo. Por esto, el documental fue rápidamente corrido del
circuito global de distribución y tuvo que reproducirse cerca del piso o muchas
veces por debajo.
Esta obra de Yony Leyser, como venimos diciendo, cumple y
dignifica. Podría enmarcarse a simple vista como un documental más, pero dicha
apreciación nos dejaría inevitablemente una sensación de terrible vacío; no
concuerda con el cuerpo y el pulso de la vida de Burroughs ni con el proyecto
de Leyser.
La crítica de este y cualquier documental se vuelve
inútil. Sólo se puede estar de acuerdo o no –ideológicamente– con un cúmulo de
información que no es traida. El poder y la entereza del mateiral continúan
horadando, en este preciso instante, los límites; difuminando la separación
entre ficción y realidad, entre representación y pulso; deshaciendo las
maquinarias imperfectas construidas sobre la representatividad de las cosas.
Anestesiando toda crítica vacua, sacando de la historia todo comentario vago y
discriminatorio que se hizo sobre su persona, su obra y su tiempo, cad a
segmento de este registro histórico es revolucionario: forma parte de la
recapitulación espiritual que necesita el mundo.
La obsesión por la sociedad de control, otro tema
recurrente en la obra de Burroughs, graficado en el documental como otro de los
temas basamentales, no escapa tampoco a esta lógica. Hoy, que el proyecto de
ley SOPA y otros sucesos pusieron sobre la mesa del cirujano los derechos de
autor y conceptos como piratería o ilegalidad, ¿qué sentido tendría no dejar a
libre visualización este tipo de material? ¿Qué sentido tendría invertir en
publicidad de cualquier tipo de material así? Habría que salir a promocionar la
vida en todo caso; difundir la experimentación, la no-clasificación ajenizante
de los actos; buscar la purificación o muerte de la crítica y, por último,
encontrar la esterilización definitiva del virus lingüístico.
La obra de este hombre sigue viva, porque lucha contra
todas las formas de muerte, aún recién nacida después de su propio perecer.
Yony Leyser trabajó para acercarnos esta concepción de la vida. A través de
todos los protagonistas, amigos, conocidos, intelectuales, estudiosos,
investigadores, cineastas, actores y, sobre todo, artistas mundialmente
reconocidos, levantamos una defensa inexpugnable de la obra de William Seward
Burroughs.
Dice Burroughs, apoyado en su hermana menor, la ironía:
“Muchacho, ¿qué hacés ahí con los negros y los monos? ¿Por qué no te enderezás
y actuás como un hombre blanco?”. Será que actuar como un hombre blanco hace
siglos que no da resultados. Toda representación, todo disfraz, todo acto que
no es pulso fidedigno, nos saca la energía que los monos necesitan. A fin de
cuentas somos animales con espíritu.
Sebastián
Goyeneche
PUBLICADO EN LA REVISTA ARTEXTO N5
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